Viernes, febrero 16, 2018
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El correísmo solo puede empeorar o implosionar

ECUADOR (O) | El correísmo se volvió la forma más usual de la política en el país en este década. Y puede volver a ganar la presidencia de la República, esta vez con Lenín Moreno. ¿Ese movimiento ha aprendido algo de su paso por el poder? ¿Puede renovarse? ¿Corre en forma desaforada hacia su implosión?

Por: José Hernández

Tomado de 4PELAGATOS.com (O)

Con Constitución propia, instituciones cooptadas, mayoría en la Asamblea Nacional, un Presidente convencido de poder mandar en todos los poderes, el correísmo copó todos los espacios y llenó un gran número de imaginarios. Ganó elecciones en seguidilla y se convirtió en un partido totalmente entroncado con el Estado. Jerarcas y militantes no hacen la diferencia.

El correísmo no es una ideología ortodoxa que se encuentre en las enciclopedias de las ideas políticas. Popurrí de arquetipos, el correísmo se ha nutrido de neomarxismo, nacionalismo, populismo, la versión de Estado desarrollista autoritario de Corea del Sur, la teología de la liberación, el modelo cubano y chavista… Algunas de estas vertientes se juntaron en el Socialismo del Siglo XXI. Pero incluso esa denominación, no singulariza al correísmo que se articula alrededor de los mitos de un hombre providencial y de un Estado benefactor y que se ancló en un período de bonanza económica.

Los pruritos ideológicos duraron poco. Quizá el tiempo de montar este sistema en el cual Correa no solo afirma que el pueblo le delegó el poder sino que el pueblo es él. Lo que vino enseguida puede ser mirado como un conjunto de tácticas políticas o comunicacionales destinadas a implantar la hegemonía del modelo, protegerlo, perennizarlo y sembrarlo hasta en el inconsciente nacional. De un movimiento pródigo políticamente (por la confluencia de organizaciones que convocó), el correísmo mutó a secta obnubilada por convertir la política en religión, los lemas en mandamientos, el discurso en evangelio, el jefe en demiurgo. En monarca que ejerce “su potestad dominadora”, como escribió Richard Morse.

El aparato correísta se impuso esa tarea. Lejos de tender un cable a tierra, se refugió sin remedio en un ensimismamiento absoluto. Quizá en un futuro cercano, historiadores y sociólogos logren explicar por qué gentes de la academia, viejos políticos, activistas y luchadores sociales, intelectuales… se aplicaron con esmero a construir este monstruo autoritario. Acallaron sus conciencias, cerraron sus bocas, archivaron sus plumas. Pocos fueron sus disidentes. En este sentido, el correísmo es un fenómeno no solo político. En su explicación serán bienvenidos los análisis de la sicología política.

Esos historiadores, esos sociólogos, esos sicólogos tendrán que desentrañar las razones por las cuales esa inmensa comunidad de ecuatorianos, muchos con altos títulos universitarios, decidieron desaparecer como individuos: entregaron su juicio, sus valores, su sentido de la realidad a un aparato encargado de fabricar la verdad y custodiar el templo. En vez de política –que incluye contradicción, diversidad, diferencias– asumieron las coartadas, las falacias, los castigos y la persecución contra los otros, la propaganda mentirosa, la corrupción, la guerra sucia… Esa visión perversa de ser la fortaleza de los buenos, sitiada por los malos: los vende patrias, acólitos del imperialismo, genuflexos del FMI, adoradores del dólar, gente mala y sin alma.

En diez años, los correístas no dan la impresión de haber aprendido de su gestión del poder ni de la realidad: lucen absortos ante las carreteras que repavimentaron, distantes del sentido común, ajenos a los efectos nefastos que han producido en la economía y en la democracia, adoradores sin remedio de un tótem. Lucen hundidos en la guerra que libran contra la sociedad con la entereza que San Jorge muestra, en el cuadro de Tintoretto, en su lucha contra el dragón. Moreno llegó de Ginebra con intenciones –eso dijo– de cambiar. El aparato literalmente se lo tragó, al punto de que no parece dueño de su discurso ni de sus acciones. Varias veces ha dado la impresión de solamente ser un militante disciplinado de un partido que nació para reinar sobre todo y sobre todos.

Moreno mantiene y ahonda ese discurso de un Estado benefactor, dispensador de dádivas. Si les ha dado excelentes resultados, es posible, es seguro que les volverá a dar. Moreno no educa a los ciudadanos, los engaña. En esa dinámica defiende la idea (y la aceita en la campaña) de que los contradictores u opositores son enemigos. Y aún cuando la mayoría de la sociedad (si se suman los votos de la oposición en la primera vuelta) envía mensajes de hastío, tampoco él los procesa. Sigue al aparato que los niega o los enmarca en esa dinámica esquizofrénica propia de Rafael Correa que, cuando oye la palabra oposición, entiende complot, desestabilización, atentado…

El correísmo ni madura ni cambia: no puede hacerlo porque el correísmo es lo que es Rafael Correa. No necesita hacerlo porque lo que quiere Correa ya lo tiene: reinar como monarca y ser el demiurgo ante el tribunal de la historia. Por eso Moreno, si fuera elegido Presidente, tendrá que ser rehén de esa maquinaria medieval e inquisitorial o contribuir, en forma consciente y decidida, a su implosión. Pero por ahora nadie lo ha comparado, ni remotamente, con Mijaíl Gorbachov.

Mañana: ¿maduró la sociedad civil?

Ayer: ¿Maduró la oposición?

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