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Jueves, octubre 5, 2017
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El Estado Absolutista

LATINOAMÉRICA (O) | Desde que a Luis XVI, rey de Francia y de Navarra, allá por el año 1643 hasta su muerte, con casi 77 años de edad, se le atribuyó la frase: “El Estado soy yo”, reflejando así su carácter absolutista sobre el Estado, algunos de los gobernantes alrededor del mundo y los regímenes latinoamericanos modernos no son la excepción. Han seguido al pie de la letra esta memorable frase, claro está, que en su retórica discursiva no lo aceptarían jamás.

Por: Byron Quelal, columista invitado (O)

Pero, ¿qué es el Absolutismo? Al Estado actual se lo suele llamar Estado de Derecho y este último, desde el punto de vista jurídico, no es más que la “forma política caracterizada por la sumisión del poder al Derecho, mediante la limitación jurídica de su actividad. […] el Estado de Derecho se fundamenta en la separación de poderes, el respeto de los derechos fundamentales, el principio de legalidad de la actuación administrativa y la responsabilidad del Estado”. En cambio, el Estado Absolutista se caracteriza por el autoritarismo del gobernante, este impone su voluntad sin consultar al soberano (pueblo) y ejerce un “Gobierno” sin límites, por lo que en esta clase de Estado no existe un estricto respeto hacia las leyes de la República sino que la voluntad del régimen es la que se implanta por encima de la Constitución y demás normas.

El  Estado Absolutista ha estado presente a lo largo de la historia,  regímenes como el del General Franco, en España; Benito Mussolini, en Italia; Adolf Hitler, en Alemania o la dinastía Kim, en Corea del Norte, son los ejemplos más sobresalientes del menosprecio hacia las sociedades a cuales regentan o dirigieron en su momento, después de todo, una característica fundamental que define al gobernante absolutista es el abuso de poder.

En Latinoamérica también se han dado esta clase de Estados, las dictaduras militares en toda la región sin duda marcan un herida abierta difícil de cerrar, gobiernos como el de Pinochet, en Chile; Videla, en la Argentina, o; Noriega en Panamá, representan en conjunto la desgracia común de América Latina: exceso de poder, violación de derechos e irrespeto a la ley.

Sin embargo, y a presar de que en nuestra región la Democracia se ha ido consolidando, regímenes como el venezolano, boliviano o nicaragüense hacen pensar que después de todo, el gobernante de turno todavía considera que su voluntad se encuentra sobre la soberanía popular, las limitaciones legales y el respeto hacia las demás funciones del Estado. Por tanto, es precisamente en estos escenarios donde la participación popular debe ser más activa, pues el Estado no es el gobernante y su voluntad, sino el pueblo y su voluntad.

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