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Lunes, septiembre 25, 2017
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De la responsabilidad

ECUADOR (O) | El tema socioeconómico-político-chismográfico del momento son los tuits-comentarios-casiinsultos intercambiados por dos aparentes bandos de AP, Correa con su carga de temible expresidente y Lenín con la banda que otorga el poder visible. Me recuerdan imágenes de un polluelo rompiendo su caparazón y apenas va logrando surgir a la vida aparecen grandes amenazas: sus propios progenitores, inesperados depredadores, o las fuerzas de la naturaleza. Los roles en esta tragicomedia política ecuatoriana no requieren ser aclarados…

Por: Pablo Lucio Paredes

Tomado de Diario EL UNIVERSO (O)

Pero no es el tema del día, sino el de la responsabilidad que debe alejarnos de mirar petrificados (entretenidos) los enfrentamientos del poder político. La política, sin duda importante en la sociedad, tiene la enorme habilidad de tornarse casi indispensable, no solo bajo su formato de espectáculo público (lo lúdico atrae), sino porque va desarrollando los mecanismos mentales y prácticos de su propia sobrevivencia. Se nos ha convencido (pero también se han creado todos los mecanismos de enmarañados trajines legales que nos obligan) de que ahí en las alturas está la solución a nuestros problemas: debemos esperar leyes, recursos o decisiones que van a cambiar nuestras vidas. La política es inevitablemente el juego de la dependencia. Nos atrofiamos en espera del mesías salvador, y este aparece bajo diversos formatos, con Correa el terrible líder solitario, seguro de su verdad, bravucón, o ahora el espejo contrario: amabilidad, buen humor, diálogo, pero detrás la misma mecánica del poder, el sometimiento en espera de sus decisiones. Es inevitable, porque es tan extenso el intervencionismo estatal que incluso desmontar ese poder requiere de pasar por sus propias manos.

Y en este proceso casi olvidamos la parte de responsabilidad que a nosotros corresponde. Vilipendiamos la corrupción con toda razón, pero olvidamos preguntarnos qué rol tenemos, ¿acaso el fermento de esa corrupción no es el policía que recibe dinero y nosotros que le damos para evitar una sanción?, ¿o la viveza tan criolla de saltarnos la fila con el “amigote” incluido en el trámite?, ¿o la falta de sanción social cuando a los conocidos corruptos (porque los conocemos) les seguimos haciendo partícipes de la vida social (solo señalándoles con el dedo cuando salen de un lugar al que nosotros mismos los invitamos)?

Nos quejamos de los dolores del tránsito, exigimos más rutas, mejores semáforos, más policías (que no solo se dediquen al chateo celular), pero rara vez volvemos a nosotros, ¿cuántos no van por la tercera fila para dejar varados a los pocos que pacientemente hacen fila?, ¿cuántos no bloquean los encuentros de calles para ganar unos milisegundos que luego complican a todos?, ¿cuántos dan paso a los peatones que son prioritarios al menos en los pasos cebra? ¿Cuántos…?

¿Cuántos como empresarios asumimos el derecho a ganar dinero junto a la responsabilidad de aceptar errores y compensar a los clientes afectados, en lugar de crear sistemas, reglamentos o mecanismos legales (ocultos en la letra pequeña, cuando la legalidad oculta no puede ser un paliativo a la responsabilidad) que nos protegen?

La única forma de no tornarnos irremediablemente esclavos del poder es asumir nuestras responsabilidades para que no se vuelva inevitable imponérnosla.

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